Tradicionalmente se ha denominado Suerte a esa circunstancia que, por casualidad, es favorable o adversa a alguien; es decir, un encadenamiento de eventos, infaustos o gloriosos, movidos por el azar hacia un sujeto. A veces se concibe como la manifestación del destino, ignoto, fortuito, que te premia o castiga, ya sea arbitrariamente o por predestinación. Convertida en falsa magia, la suerte es depositada en amuletos y talismanes, que van desde un cuarzo hasta una mascota. De acuerdo a esto, poco importa tener mayor o menor talento o hacer más o menos esfuerzo para alcanzar un objetivo, esa caprichosa señora actúa bajo sus propias leyes, la cual es inmutable, y no ofrece posibilidad de escape. Pero, hace tiempo que este falso concepto de injusta ley cósmica ha venido cambiando en la mentalidad del hombre moderno.
Estudiando a las personas que gozan de buena suerte y comparándolas con aquellas que afirman que nunca los acompaña, los científicos han observado diferencias importantes entre unos y otros. Los afortunados utilizan sin saberlo, una serie de estrategias: cultivan un espíritu constructivo, están más abiertos a los demás y desarrollan habilidades para aprovechar las oportunidades. Se trata de gente optimista y valiente, que se sobrepone a las adversidades “mirando el lado positivo” aún cuando nada resulte conforme a sus planes, y persisten en sus empeños con entusiasmo y tesón. Desarrollan poco a poco seguridad en sí mismos que les permite confiar en su propia intuición, sin miedo equivocarse y asumiendo el fracaso como experiencia.
Estudiando a los desafortunados encontramos personas inseguras y pesimistas a ultranza, que viven entre sobresaltos y prejuicios. Funcionan con altos niveles de ansiedad y temor que les incapacita para ver las oportunidades. En “los desdichados”, predomina un sentimiento de evasión de la responsabilidad personal con su propia vida, y asumen la cómoda posición de atribuir sus fracasos a la “mala suerte”. Este sentimiento de fatal resignación les excluye del trabajo y la lucha. Algunos caen en las redes de la superstición y se abandonan a su equívoco vaivén. Sin embargo, afirman los estudiosos: “nadie nace con suerte”, ésta se construye con actitudes.
Ser afortunado puede lograrse sin necesidad de sortilegios. Ocúpese cada cual de cambiar el color del lente con que mira la vida y se verá ante las puertas de la dicha. Después permita que germine la confianza en sí mismo y ábrase a las posibilidades de ser feliz. Hay también que soñar, los sueños se hacen realidad, pero sólo cuando se convierten en proyectos. Todo es alcanzable paso a paso, sin renunciar ni dar marcha atrás en el sendero de nuestras aspiraciones. Con esta nueva actitud te parecerá que ahora brotan las oportunidades, pero no es así, desde siempre estuvieron allí, esperando el instante de ser advertidas por tí, sólo que tú en cambio, has estado ocupado, lamentándote.
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Ceru querido como siempre disfrutando y aprendiendo con tus palabras.Cariños
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